El nexo desconocido
Historias
Lucas Varen  

El nexo desconocido

Cuando la nave Artemis-9 cruzó el límite de la Zona Silente, todos quedaron en silencio. No porque la vista no fuera impresionante —allí, el espacio parecía un mar quieto y oscuro, sin estrellas visibles—, sino porque cualquier transmisión enviada hacia esa región se apagaba.

La misión de la Artemis-9 era simple en apariencia: investigar la desaparición de la Artemis-8, una nave gemela que se había desvanecido sin dejar rastro meses atras. No había señales, no había restos, no había transmisión final. Solo un último mensaje de tres palabras antes de desaparecer:

“No estamos solos.”

El capitán Elías Varne observaba la oscuridad expansiva. Era un hombre acostumbrado a la calma, pero aquella región tenía una cualidad extraña: una quietud densa, casi física.

—Motores a un cuarto —ordenó—. Mantengan los sensores activos.

Los sensores, sin embargo, no detectaban nada. Ni planetas, ni asteroides, ni ondas energéticas. Nada. Un vacío perfecto.

Hasta que apareció.

Un punto blanco. Minúsculo. Irregular.

—Señor, algo está a nuestra izquierda —informó la piloto, Aisha.

El punto creció lentamente, como si se estuviera acercando aunque la nave no se moviese. Cuando la imagen se amplió en pantalla, todos contuvieron el aliento.

Era una estructura flotando en mitad del vacío. Un anillo. Gigantesco. Liso. Gris.

Y en su superficie había algo aún más extraño: miles de símbolos, líneas y patrones que parecían cambiar de forma mientras los miraban, como si respondieran al acto mismo de ser observados.

—¿Podemos analizarlo? —preguntó Elías.

—Estoy intentando —respondió el ingeniero, Rowan—, pero los datos… cambian. Cada segundo. No puedo fijar nada.

Elías decidió acercarse.

Cuando la Artemis-9 cruzó el perímetro del anillo, las luces de la nave temblaron. Las pantallas parpadearon. La tripulación sintió un mareo repentino, como si la gravedad hubiese cambiado sin previo aviso.

Luego, todo se estabilizó.

Pero afuera ya no estaba la Zona Silente. Ni la estructura. Ni el vacío.

Había estrellas. Miles. Diferentes. Dispuestas en constelaciones que no existían en ningún mapa estelar conocido.

—¿Qué diablos ha pasado? —susurró Aisha.

Rowan revisó los instrumentos, blanqueándose al instante.

—Estamos… afuera de nuestra galaxia. Algo nos ha movido. O… algo ha movido el espacio alrededor de nosotros.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, una luz suave apareció. No era una figura. Ni una persona. Era… una geometría flotante, hecha de líneas de luz que se enlazaban formando patrones que recordaban a los del anillo.

Una voz resonó en la mente de todos al mismo tiempo.

—No teman. No buscamos dañarlos.

Elías apretó los puños.

—¿Qué eres?

La figura respondió sin pausa:

—Somos quienes vigilan los límites del pensamiento. Aquellos que custodian lo que ustedes aún no están preparados para comprender. Llamen a este lugar como quieran. Nosotros lo llamamos Nexo.

Aisha tragó saliva.

—¿Fueron ustedes quienes hicieron desaparecer la Artemis-8?

La luz pareció vibrar, como si reflejara un gesto humano de tristeza.

—Ellos cruzaron el umbral sin entender las consecuencias. Llegaron con miedo. Y todo ser que trae miedo al Nexo… queda atrapado en él.

El capitán dio un paso adelante.

—¿Están vivos?

La luz giró lentamente.

—Sus formas persisten. Sus mentes quedaron atrapadas en posibilidades infinitas. No sufren… pero no pueden regresar.

Elías respiró hondo.

—¿Y nosotros? ¿Por qué no nos ha ocurrido lo mismo?

—Porque no cruzaron por curiosidad, ni por miedo. Cruzaron buscando respuestas. Y quien busca respuestas es capaz de escucharlas.

La luz comenzó a expandirse, llenando la nave con un resplandor cálido.

—El Nexo conecta todas las posibilidades que existen. Cada decisión crea un camino. Cada camino crea un universo. Ustedes viven solo en uno de ellos, ciegos a los demás. Nosotros custodiamos el acceso para evitar que la existencia colapse bajo el peso de lo posible.

Rowan apretó los dientes.

—Entonces… ¿por qué estamos aquí?

—Porque deben elegir. Pueden regresar a su universo sin recuerdos del Nexo. O pueden quedarse… y ver todo lo que su especie podría llegar a ser. Pero quedarse implica que nunca volverán a su vida anterior. No habrá regreso.

Elías sintió un vacío en el estómago.

Aisha fue la que rompió el silencio:

—Si regresamos… ¿qué pasará con la Artemis-8?

La luz disminuyó.

—No podemos liberarlos. Su elección los definió. Ustedes todavía pueden decidir quién quieren ser. Ellos ya no pueden hacerlo.

Elías cerró los ojos unos segundos.

El Nexo… un lugar donde todas las versiones de uno mismo coexistían. Donde la humanidad podía expandir su comprensión del universo. Donde, quizá, podían encontrar respuestas que ningún ser humano había imaginado.

Pero a costa de todo lo que conocían.

Al abrir los ojos, la luz los esperaba.

—Hemos decidido —dijo Elías, con voz firme—.

Pero antes de anunciar su elección, la luz se contrajo, preparándose.

—Elijan, tripulantes de la Artemis-9.

Y sepan que cada elección que hacen crea un universo donde eligieron lo contrario.

Este… será solo uno de ellos.

La nave quedó en silencio absoluto.

Y entonces Elías habló.

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