Un reloj en penumbra
Historias
Lucas Varen  

El reloj que nunca marcaba la hora correcta

Clara siempre había creído que los objetos antiguos tenían memoria. No en un sentido literal, claro, sino en la manera en la que parecían guardar pequeñas huellas de quienes los habían tocado antes. Por eso le apasionaba restaurarlos: cada pieza era una historia esperando ser escuchada.

Una mañana como cualquier otra, encontró en el mostrador de la tienda una caja de madera sin remitente. Dentro había un reloj de mesa de bronce envejecido. Sus grabados, casi borrados por el tiempo, parecían más dibujos que símbolos. Las agujas, detenidas, apuntaban a una hora sin importancia. Aun así, el reloj tenía algo… una especie de presencia magnética que la obligó a observarlo unos segundos más de la cuenta.

Lo examinó con la precisión de costumbre: engranajes limpios, ejes firmes, ningún daño evidente. No había razón para que el mecanismo no funcionara. Aun así, cuando intentó darle cuerda, sintió una resistencia suave, como si el reloj se negara a obedecerle.

Lo dejó sobre la mesa y siguió con otros encargos. Pero al volver más tarde, algo la hizo detenerse: las agujas habían avanzado. No marcaban la hora real, pero habían cambiado.

Intrigada, empezó a vigilarlo. Descubrió algo insólito: el reloj no marcaba tiempo, marcaba dirección.
Cada vez que tomaba una decisión acertada —aunque fuese algo tan simple como aceptar o rechazar una restauración— las agujas avanzaban.
Si dudaba, se equivocaba o ignoraba su intuición, retrocedían.

No había lógica mecánica allí. Era algo distinto. Durante semanas anotó cada movimiento en una libreta. No podía explicarlo, pero el patrón era claro. Y aunque intentaba no darle demasiada importancia, no podía evitar sentir que el reloj la estaba guiando hacia algo.

Un miércoles por la tarde, mientras ajustaba la cuerda de un fonógrafo, las agujas del reloj comenzaron a retroceder con rapidez. Tres minutos. Luego dos más. El sonido metálico la hizo mirar hacia la puerta justo cuando un hombre entraba en la tienda.

Era un hombre mayor, de aspecto elegante, con un medallón antiguo en la mano.

—¿Podría restaurarlo? —preguntó.

Mientras hablaban, Clara sintió un déjà vu. Consultó su libreta. A esa misma hora, el miércoles anterior, las agujas también habían retrocedido sin explicación.

—¿Nos hemos visto antes? —preguntó Clara, visiblemente confundida.

—No que yo recuerde —respondió el hombre con una sonrisa amable que no encajaba del todo con su mirada.

Con él allí, las agujas seguían retrocediendo. No era miedo lo que le provocaban, sino advertencia.

Aun así, aceptó el encargo.

Esa noche abrió el medallón para limpiarlo. Dentro encontró un retrato en miniatura. Una mujer joven. Su rostro. Su mirada. Su lunar sobre la ceja. Era ella.

Las agujas del reloj avanzaron con fuerza, como celebrando un acierto.

Bajo la pintura descubrió un pequeño símbolo: un círculo, una flecha quebrada, un punto central. El mismo símbolo que encontró oculto dentro del reloj, grabado en metal antiguo que parecía haber sido repasado muchas veces.

Al día siguiente, cuando el cliente regresó, le mostró el símbolo. El hombre palideció.

—Mi abuela hablaba de esto —murmuró—. Decía que pertenecía a algo que llamaba La Línea de Retorno. Historias fantásticas… cosas imposibles. Personas que vivían vidas apasionantes. Caminos inconclusos que buscaban cerrarse.

El reloj avanzó un minuto entero.

—Ella decía —continuó él— que una mujer desapareció hace generaciones. Mi abuela estaba convencida de que no murió… sino que “cruzó”. Que quedó atrapada entre dos tiempos, intentando volver. Este medallón pertenecía a esa mujer.

El reloj emitió un sonido profundo: un tic-tac que no era mecánico, sino casi… vivo.

—No entiendo qué vínculo tengo con todo esto —susurró ella.

—Yo tampoco —respondió él—, pero es la primera vez en setenta años que alguien hace que ese reloj vuelva a moverse. Y si el símbolo volvió a aparecer… significa que algo está a punto de suceder.

El reloj avanzó de nuevo. Clara sabía que no marcaba la hora. Marcaba el camino hacia una verdad oculta.

No era una historia nueva. Era una historia que llevaba generaciones intentando cerrarse.
Y ahora quería que ella la siguiera.

Por primera vez, Clara no sintió miedo de las agujas. Sintió que estaban a punto de llevarla hacia algo que había estado esperando toda su vida… incluso antes de haber nacido.

El reloj avanzó un minuto más.

Era hora de seguirlo.

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